Gualeguaychú cultural: Cuna de poetas, visionarios, y murgueros.

“…Cuna de oro de Olegario V. Andrade/ pueblo grande del genial Luís N. Palma/ qué cantad al inmortal Gervasio Méndez / mil canciones que en el cielo están grabadas…”, dice una de las estrofas del Vals a Gualeguaychú. Allí su autor, Nicolás Trimani, destaca a tres de los tantos hombres y mujeres que con su pluma iluminaron el mundo y le dieron a esta ciudad la fama de ciudad de los poetas. En la plaza principal hay un rincón dedicado a ellos, y muchas calles y algunas escuelas llevan sus nombres.

Acá nació Fray Mocho, el primer director de la revista Caras y Caretas. De acá es la primera biblioteca del país fundada por mujeres, con sus más de 50 mil ejemplares, su hemeroteca y su valiosísimo archivo histórico (la Biblioteca Popular Olegario V.  Andrade). Acá se encuentra una de las casas más antiguas de Entre Ríos, hoy museo de la ciudad, que una vez fue cuartel de Giuseppe Garibaldi (la Casa de Haedo). Acá se toma mate; por eso hay un enorme patio en la zona de la costanera  donde se venden y exponen ejemplares de todo tipo; y se realiza un encuentro que premia al mejor bebedor y cebador de esta infusión. Acá nació la Fiesta Nacional de Carrozas Estudiantiles, que se realiza todos los octubres, y el carnaval más importante del país. Además, se conservan llenas de espuma y papel picado las murgas y conjuntos carnavalescos del corso barrial.

Además del bello Teatro municipal, recientemente remodelado para orgullo del pueblo entero; hay un anfiteatro en la zona de la costanera donde se realizan espectáculos durante el verano, y tres salas de teatro independiente que, aunque pequeñas, brillan por su mística y el fulgurante corazón de sus artistas.

Dentro del Parque de la Estación, el Museo Ferroviario (compuesto por una locomotora y un coche comedor) protege nostálgico los vestigios del paso del tren por la ciudad.  Allí  se exponen piezas ferroviarias de antaño y con tan solo un poco de imaginación el visitante puede sentir su andar por los rieles del país.

Es llamativo como en otro de los museos, la Azotea de Lapalma, convergen junto a los objetos expuestos tremenda cantidad de historias, todas singulares, todas misteriosas. La más difundida, quizás, es la de Isabel Frutos, la pobre niña que se dejó morir luego de que sus padres le impidieran relacionarse con un joven de bajos recursos de quien ella estaba intensamente enamorada.

Gualeguaychú, segunda patria de una gran cantidad de inmigrantes (mayoritariamente españoles e italianos) conserva en el Museo Agrícola Regional las herramientas de labranza con las que estos gringos le sacaron jugo a la tierra. Y de los abuelos más viejos, los “abuelos indios” como llamaba a los aborígenes el maestro rural devenido en arqueólogo Manuel Almeida, se exponen piezas de las culturas chaná y guaraní, en el Museo Arqueológico.

Nota: Lic. Sabina Melchiori.